Últimamente seguro que habrás oído hablar de nombres como Teresa Perales, Michelle Alonso, Gerard Descarrega, Susana Rodríguez, Adi Iglesias, Álvaro Valera, Jairo Ruiz, y así, un largo etcétera de deportistas que han participado en los recientes Juegos Paralímpicos de Tokio 2020. Todos, sin excepción, son a buen seguro un claro ejemplo de superación, independientemente de los resultados, y sus actuaciones son además un motivo de orgullo y de satisfacción tanto para los propios deportistas como para quienes vemos en ellos el fiel reflejo del esfuerzo, de la valentía, del coraje y de la superación a pesar de entrenar y competir con dificultades que tienen que ver con la merma en sus condiciones físicas, psíquicas o sensoriales. Sencillamente, increíble. Felicidades a todos ellos.
Entre otras cosas, ¿qué nos enseñan estos deportistas? Desde mi punto de vista nos transmiten la importancia de considerar una habilidad que es clave para superar las adversidades que nos depara la vida, y que es la resiliencia. La resiliencia no es otra cosa que la capacidad que tiene las personas para adaptarse y superar así situaciones adversas o incluso traumáticas. Y es, en parte, la explicación de por qué algunos niños o adultos, aun viviendo circunstancias difíciles (p.e. maltrato, un accidente con secuelas físicas graves, un defecto congénito, una crisis económica, etc.) se sobreponen a tales situaciones para alcanzar el logro de resultados positivos o deseados mientras que otras, aun teniendo que afrontar situaciones menos adversas, permanecen atrapadas en el dolor.
Evidentemente la vida puede ser (y de hecho lo es) complicada para muchas, muchas personas. Si me permites la expresión, aunque suene discordante o inadecuado, a veces puede ser una “mierda”. Pero la Psicología positiva, que no es una solución milagrosa, nos enseña entre otras cosas que el afrontamiento de la adversidad requiere de la persona la capacidad para dar un paso más hacia la superación y hacia la búsqueda de nuevos objetivos vitales. Aunque no hay fórmulas mágicas ni pautas inequívocas para ello, la resiliencia aquí juega un papel clave.
La adversidad así entendida requiere en primer lugar de la superación de un proceso de duelo (con todo el elenco de emociones que entraña este complejo proceso, esto es, incredulidad, negación, tristeza, angustia, tal vez culpa, desesperanza…) que, aunque no siempre, puede ser tanto más difícil cuanto más grave o traumático sea el infortunio de que se trate. Y no es menos cierto que en este proceso no todas las personas pueden avanzar ni al mismo ritmo ni de la misma manera (aquí influye también la subjetividad como componente inherente al sufrimiento humano), lo que va a depender de la capacidad resiliente de cada uno, esto es, de la habilidad para aprovecharse de los recursos y de las herramientas con las que uno cuenta, amén de otros factores como la experiencia de vida previa… Entonces, y continuando con lo anterior, ¿por qué algunas personas superan mejor las crisis o las adversidades que otras? Aunque hay muchos factores que generan resiliencia, algunas investigaciones definen esta habilidad como un proceso que implica, por un lado, la capacidad para la aceptación del dolor; y por otro, la capacidad para identificar activos en salud capaces de “amortiguar” los efectos del estrés y para enfocarse decididamente en ello como paso previo a la superación de los efectos derivados del trauma. En otras palabras, son personas que habitualmente mantienen una visión positiva de sí mismas para acometer después planes de acción realistas, abordables y que generen un reto. Con mayor probabilidad se trata de personas que desarrollan una actitud de aceptación, tolerante con la angustia y con el dolor, y que se permiten vivirlo como lo que es; son personas que se enfocan en la regulación de las emociones y no tanto en el cambio de los hechos (que son los que son); además, albergan una visión de vida en la que cabe contemplar las crisis como oportunidades para el cambio y no como barreras insalvables. Aprovechan estas situaciones para establecer nuevos objetivos, apoyándose para ello, por ejemplo, en relaciones personales satisfactorias, en la realización de ejercicio físico y en otras actividades de autocuidados…