Sobre cómo afrontar la situación por Covid-19: “optimismo y pesimismo patológicos”

En la actualidad queda claro que todos nos hemos visto obligados a afrontar una situación difícil. Difícil por varios motivos, pero sobre todo por las graves consecuencias que pueden derivarse y que tristemente ya se ha producido tras la infección por covid-19. Yo destacaría fundamentalmente dos cuestiones que subyacen a la angustia y al malestar psicológico que está afectando a la población  general:

– Por un lado, la impredictibilidad de la situación, esto es, la incertidumbre respecto a quién puede infectarse, en qué situación, cómo nos puede afectar y cómo podemos afectar a su vez a los demás, de lo que se derivan además otras emociones desagradables (desasosiego, culpa, etc.). A este respecto cabe señalar que la incertidumbre es un factor habitual en la génesis de la angustia.

– Y por otro lado, está la morbilidad asociada a la enfermedad, es decir, la posibilidad de enfermar incluso hasta poder causar la muerte.

Así pues, sin lugar a dudas estamos ante una situación ansiógena que por sus características y por su persistencia en el tiempo hace que estemos aprendiendo a convivir con una situación en esencia traumática. Ahora bien, ¿qué podemos hacer para vivir mejor en esta situación pandémica? En las líneas que siguen no voy a mostrar al lector nada nuevo, probablemente “nada que no sea sabido ya” y por tanto “no vamos a descubrir la pólvora”, pero no por ello conviene perder detalle al respecto. Veamos.

Existen básicamente tres formas de afrontar la realidad actual que vivimos, todas, desde mi punto de vista, comprensibles. Así, hay personas que por múltiples circunstancias personales afrontan la situación desde lo que podríamos llamar “optimismo patológico” (que es distinto al “optimismo inteligente”. En una situación como la actual el optimismo se ha convertido en un mecanismo de defensa, yo diría que también de supervivencia. Es decir, si fuésemos extremadamente realistas probablemente permaneceríamos en una situación de aislamiento, de disminución del contacto social y de inactividad que en no pocos casos terminaría por generar un trastorno emocional. Dicho con otras palabras, ser optimista puede ser un mecanismo de supervivencia; pero ese optimismo, como dicen algunas personas, “no puede llevarnos a buscar la enfermedad”, es decir, a infravalorar los riesgos y a actuar como si el virus del covid no existiese. Eso supondría una sensación de invulnerabilidad, algo parecido a una “ilusión de control” (que por cierto se da en conductas como el juego patológico) que nos llevaría a sobre-exponernos al virus y a aumentar de forma desmedida el riesgo de contagio. Y si desgraciadamente la consecuencia es de gravedad, el sufrimiento estaría garantizado. Como ejemplo, un hombre que habiendo estado sintomático y con fiebre decide no aplazar unos pocos días el café que toma de forma semanal con sus amigos, todos mayores y algunos con patología orgánica de base…

En segundo lugar, frente al “optimismo patológico” estaría su homólogo opuesto, el “pesimismo extremo”. Hace poco tuve que atender a un paciente que hasta tal punto fue “prudente” que por miedo al contagio estuvo tres meses sin visitar a su propia madre, que vivía en su misma localidad. Desafortunadamente su madre sufrió un infarto y este hombre no pudo despedirse como él hubiese deseado. Ahora está en plena elaboración de un duelo algo más complicado de lo habitual. Además, vive este momento con intensa angustia y tristeza, pues, entre otras cosas, ha abandonado una de sus principales fuentes de bienestar, sus ratos de pádel con sus amigos.

Por último, habría un camino intermedio que tendría que ver con el “optimismo inteligente” que mencionábamos más arriba. Sépase de antemano que no existe una pauta ni una forma de actuación inequívoca ni que sea igual de adecuada para todos (en tal caso no estaríamos hablando de ello). A groso modo, se trataría de hacer vida “con normalidad”, esto es, utilizando las medidas de prevención por todos conocidas pero ajustando nuestra conducta a nuestra situación personal y a las circunstancias (p.e. evitar el contacto con quien sabemos que ha sido contacto estrecho, salir a pasear y realizar ejercicio físico al aire libre, mantener el contacto social preferiblemente en espacios abiertos, etc.). No es fácil, lo sé, lo sabemos, pero el sentido común, aunque a veces es el menos común de los sentidos, puede ser garante de nuestra conducta y de nuestro bienestar en una situación que de por sí genera sufrimiento. Pensémoslo…