Ventajas y desventajas del uso de los diagnósticos clínicos en Psicología/Psiquiatría

Seguramente, alguna vez, o más bien en muchas ocasiones, su Médico/a de Familia (u otro médico especialista sanitario) le haya dicho que usted padece tal afección o tal problema médico cuando ha acudido a su consulta por encontrarse enfermo/a o con síntomas (por el problema que sea). No cabe duda que en Medicina, saber lo que el paciente tiene o lo que le pasa es fundamental para determinar la respuesta clínica, que puede ser un consejo, un tratamiento farmacológico o cualquier otra intervención sanitaria. Es decir, las ventajas son obvias, conozco el problema, conozco la solución (cuando el tratamiento, con independencia de su naturaleza, resulta eficaz o resolutivo). En otras palabras, el diagnóstico clínico hace que el paciente sepa lo que le ocurre y consecuentemente que pueda llevar a cabo las acciones necesarias para su curación (por ejemplo, me diagnostican una amigdalitis, una hipertensión arterial, una diabetes o cualquier otro problema médico y en consecuencia realizo tal o cual tratamiento específico). Esto, además, genera “tranquilidad” por cuanto que reduce la incertidumbre al descartar otras posibles causas de mi dolencia (hipotéticamente otras enfermedades o afecciones incluso más graves). Bien, hasta aquí resulta fácil entender las ventajas de contar con una explicación o “diagnóstico” médico.

En Psicología (como en Psiquiatría), el diagnóstico clínico también tiene múltiples ventajas. Veámoslo con un ejemplo: no es lo mismo sentir tristeza más o menos intensa tras la pérdida de un ser querido (para lo que a priori se necesita tiempo para elaborar el dolor salvo que se trate de un duelo patológico) que sentir tristeza intensa, invasiva y persistente, con un sentimiento acrecentado de culpa y con ideas de suicidio asociadas. No es lo mismo, y la respuesta terapéutica tampoco es la misma. Sin lugar a dudas el diagnóstico es importante porque reduce angustia (ya sabemos lo que nos ocurre) y porque nos orienta hacia la búsqueda de una solución efectiva. Además, desde mi punto de vista hay otra cuestión a destacar, que es lo que tiene que ver con la “conciencia de enfermedad” aunque yo prefiero llamarlo “conciencia del problema”. Saber que tengo un trastorno por consumo perjudicial de alcohol, o por consumo de cocaína, o una ludopatía, es un paso que ayuda a valorar una necesidad de cambio. No asumir ese diagnóstico nos dejaría en la ambigüedad de lo que se tiene o no se tiene y según quién lo piense, lo cual es habitual en los ejemplos a los que he hecho referencia.

Sin embargo, a pesar lo explicado en las líneas que anteceden, lo cierto es que en salud mental, en Psicología, en lo que tiene que ver con el bienestar emocional de las personas, las cosas no son o blancas o negras, sencillamente porque no hay dos personas iguales como no ha dos contextos iguales (literalmente hablando). Los diagnósticos, sobre todo sindrómicos, nos sirven a los profesionales para hacer una descripción general de una expresión sintomática, pero no sirven para explicar el porqué de las cosas, por qué una persona actúa de una forma y no de otra o por qué siente lo que siente. Volvamos a otro ejemplo: imaginemos un adolescente en una familia en la que hay dificultades en los vínculos, en alguno de los padres o en la puesta de normas y límites; desgraciadamente a veces vemos que con el diagnóstico clínico ese adolescente es señalado como la persona con la “enfermedad a tratar”, o lo que es peor, “la causa del problema familiar”, lo que hace que las familias se pongan en una situación que imposibilita un cambio real y efectivo en cuanto a lo que le está pasando al chico. En otras palabras, centrarnos solo en el diagnóstico sería algo así como pensar que “el problema no es que la familia esté mal sino que el chico es irritable, o impulsivo, o que está triste…” La pregunta sería, ¿quién tiene que cambiar? O, ¿cuál es el diagnóstico real de la situación?

Existe otro factor fundamental en psicoterapia que tiene que ver con dónde pone cada uno el acento en relación a lo que le sucede. Así, es frecuente que vea en consulta a gente imposibilitada para cambiar “porque tiene un trastorno de la personalidad” o cualquier otro trastorno, como si existiese un determinismo biológico insalvable que condiciona nuestras vidas y frente al que poco o nada podemos hacer. El diagnóstico, en ningún caso puede servir para justificar todo cuanto nos ocurre anulando con ello cualquier capacidad de respuesta por nuestra parte. Desafortunadamente muchas personas se cronifican en su sufrimiento por definirse como agentes pasivos frente al cambio. Esto es lo que tengo y esto es lo que hay, y nada puedo hacer…

La experiencia profesional, la pericia, es fundamental para entender el sentido y la utilidad que tiene un diagnóstico clínico en según qué caso, y para establecer consecuentemente un plan de tratamiento adecuado. Ya lo dice el dicho, “la experiencia es un grado…”

Cuando no puedes dejar de pensar en algo: sobre la rumiación mental o los pensamientos intrusivos…

En el día a día de una consulta de Psicología clínica, diría que casi a diario la gente me suele preguntar qué puede hacer para dejar de pensar en algo, claro, normalmente en algo negativo (que puede ser un pensamiento, un recuerdo, una imagen mental…). Esto es especialmente frecuente en aquellas personas que sufren ansiedad generalizada y entre quienes padecen un trastorno obsesivo-compulsivo, por ejemplo,  aunque diría que también sucede simplemente cuando no se deja de pensar en un problema laboral, económico, en un comentario crítico que se ha recibido, etc. Es decir, es más que probable que esto nos haya pasado a todos, eso sí, con distinto grado de sufrimiento según el temperamento y los recursos personales de cada uno.

Bien, ¿qué se puede hacer entonces? Lo primero que conviene tener claro es sencillamente que no se puede dejar de pensar, al menos mientras estemos despiertos (se mantiene el nivel de consciencia). Lo importante no es lo que pensamos sino lo que hacemos con lo que pensamos, ahí está la clave. En eso consiste lo que en psicoterapia cognitiva llamamos “defusión cognitiva”. Yo por ejemplo, a algunas personas cuando entran en bucle les recomiendo que “saquen sus pensamientos de la cabeza”, que los escriban en un papel para convertirlos en una “cosa” y que luego tiren ese papel a la basura. Es una forma de decir “yo no soy lo que pienso”, es decir, se trata de una estrategia para tomar distancia afectiva frente a lo que pienso. Para entender mejor esto, comparto aquí un artículo reciente publicado en el ABC y que me parece puede ser útil y esclarecedor en cuanto al tema que nos ocupa, a saber:

https://www.abc.es/bienestar/psicologia-sexo/psicologia/defusion-cognitiva-solucion-rumiacion-mental-20230504144120-nt.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.abc.es%2Fbienestar%2Fpsicologia-sexo%2Fpsicologia%2Fdefusion-cognitiva-solucion-rumiacion-mental-20230504144120-nt.html

Existen otro tipo de estrategias basadas en la meditación del pensamiento y en la atención plena que igualmente pueden ser de utilidad para tomar distancia frente a los  pensamientos ansiosos. Por ejemplo, un ejercicio como el siguiente basado en la visualización del pensamiento puede ser de utilidad cuando los pensamientos nos invaden y nos limitan. Su utilidad dependerá inevitablemente de la práctica:

https://www.youtube.com/watch?v=b_F6pgHLJ4E

Finalmente, no olvidemos tampoco los activos en salud: hacer ejercicio físico regular, protegernos evitando el aislamiento y la soledad, aprovechar el apoyo en familiares y amigos…

Hacia la búsqueda del bienestar psicológico o de la estabilidad emocional

Hace algún tiempo leí sobre sobre lo que se había dado a llamar la “Regla de las 3 r”. No recuerdo la fuente ni la autoría de esta regla, pero el caso es que lo que propone me pareció más que adecuado. De hecho, lo trabajo frecuentemente con mis pacientes porque en mi práctica clínica habitual veo cómo el sufrimiento de la gente tiene que ver frecuentemente con una falla en alguno de los tres principios que propone. Estos principios son tres, a saber: RESPETO, RESPONSABILIDADRECIPROCIDAD.

Empecemos por el primero. Como podemos imaginar, el respeto tiene que ver con la capacidad de la persona para respetar al otro pero también con la capacidad de ser respetuoso/a con uno mismo/a. Por ejemplo, si insulto a un compañero, si desprecio a mi pareja, a mi hijo, si agredo verbalmente a mi padre, a mi madre o a quien sea… ¿estoy siendo respetuoso? De mi comportamiento o de mi actitud se derivará inevitablemente una reacción en el otro, y por ende, una respuesta sobre mí (como si fuese un boomerang, es lo que llamamos circularidad en las relaciones interpersonales). Es más que probable que no tarde en aparecer el sufrimiento. Y por otro lado, ¿qué sucede o cómo me sentiría si mi jefe me descalifica constantemente en mi trabajo? Otro caso, ¿podría mantener por ejemplo una relación con una persona con la que en lo más profundo de mí sé que no quiero o no puedo estar? En cualquiera de las dos situaciones, ¿estaría siendo respetuoso/a con lo que siento? Ante tales circunstancias también es esperable la aparición de dificultades, y consecuentemente, de malestar en alguna de sus expresiones sintomáticas (ansiedad, angustia, tristeza, aislamiento, descontrol de impulsos, etc.). Me parece que “sentirse en equilibrio con el respeto” es básico para poder vivir en armonía…

¿Qué hay de la responsabilidad? Esto tiene que ver sencillamente con “hacer lo que se debe hacer” y “no hacer lo que no se debe hacer”. Si salgo de fiesta y consumo alcohol sabiendo que tengo que conducir después, mal irán las cosas si tengo la desgracia de sufrir un accidente. En este sentido conozco gente que ha visto su vida completamente truncada como consecuencia de haber hecho algo inadecuado al momento. Los problemas derivados del consumo de drogas, por ejemplo, también tienen que ver con la ruptura de este principio.

Finalmente, la reciprocidad (del latín reciprocus, que significa “igual uno que para el otro”) tiene que ver sobre todo con lo relacional, con la reciprocidad (valga la redundancia) en las relaciones interpersonales, o dicho de otra forma, con la igualdad en los intercambios con el otro/a. Pongamos también un ejemplo para entender mejor a lo que me refiero. Imaginemos que uno está siempre disponible para atender a un amigo, a un hermano o una pareja o a un compañero cuando esa persona lo solicita porque lo está pasando mal. ¿Qué sucedería si ahora, por los vaivenes de la vida, soy yo el que solicita del otro y esa persona no está disponible para escucharme? Si esta dinámica se repite en el tiempo lo esperable es que esta relación termine por tensarse hasta el punto de exponerse incluso a la ruptura. Se ve quizás más claro en las relaciones en las que existe una dinámica maltratante, relaciones en las que una de las partes manda, ordena y dispone, perpetuando una complementariedad rígida que a la larga conlleva infelicidad e insatisfacción en la relación. En tal caso, a veces la ruptura es ya la única salida al problema.

Estos tres principios tienen que ver con la coherencia interna y con el equilibrio entre pensamiento, emoción y conducta…

Buscando una salida al trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). ¿Qué puedo hacer?

El trastorno obsesivo-compulsivo es un trastorno de ansiedad que en aquellos casos más graves puede ser tan limitante como otros trastornos mentales severos. Pero no hay que alarmarse. La primera idea que me gustaría transmitir es que el TOC (acrónimo de trastorno obsesivo-compulsivo) no es ni más ni menos que un trastorno de ansiedad. Con algunas particularidades y salvando cuestiones técnicas, yo diría que se trata de un miedo intenso cuyas consecuencias la persona que lo padece trata de evitar a toda costa, la mayoría de las veces, sin una base real o en el mejor de los casos con una probabilidad ínfima de que suceda aquello que se teme. Se trata solo de eso, de un miedo, nada más. Pongo un ejemplo para que se entienda: “si cuento uno, dos, tres, tres veces, y después rezo un Padre Nuestro, mi padre no tendrá un accidente o mi hermano no desarrollará un cáncer”. Analicemos bien la idea: que mi padre tenga un accidente o que mi hermano desarrolle una enfermedad, ¿depende de que yo cuente o de que rece? ¿Existe alguna relación lógica entre contar, por ejemplo, y evitar un accidente o una enfermedad? A menos que un estudio científico demuestre que contar o rezar retrasa o evita la aparición del cáncer, está claro que no. El caso es que la persona que tiene un TOC sabe que esto es así, que se trata de una idea ilógica, irracional o “absurda”, pero “no lo puede evitar”, es decir, “necesita” realizar ese ritual (o compulsión) para evitar que lo que teme se cumpla. Y como la idea es ilógica en esencia, se torna imposible de comprobar, por lo que se entra en un círculo vicioso de repetición del ritual que no solo no resuelve la angustia sino que por el contrario hace que se vuelva más y más persistente e incapacitante.

La primera idea clave por tanto tiene que ver con la EVITACIÓN. Si la persona cuenta, repite una idea, toca algo o realiza cualquier otro ritual de manera reiterada en el tiempo simplemente no se permite comprobar que aquello que teme no va a suceder, y por tanto, se queda atrapado/a en la trampa esencial del TOC. Siguiendo con el ejemplo anterior, tendría que no contar o no rezar para comprobar que no por ello mi hermano va a desarrollar una enfermedad. Pero resulta que al contar o al rezar se cae en una especie de “ilusión de control”, en una conducta de evitación que refuerza la “lógica” de esa idea obsesiva. Y así se cronifica la ansiedad.            

Veamos la siguiente gráfica. La línea morada refleja la curva normal de ansiedad ante un pensamiento obsesivo. Observa lo que sucede cada vez que se realiza un ritual: la ansiedad se dispara antes (y probablemente ante cualquier otro estímulo relacionado) y además no disminuye de forma natural con el paso del tiempo. Por el contrario, si la persona fuese capaz de no realizar ese ritual o compulsión, tras muchas exposiciones la intensidad de la ansiedad sería cada vez menor y menos persistente al comprobar que no sucede lo que teme (curvas azules). Y aquí está el “quid” de la cuestión del TOC: la solución pasa por no evitar a las primeras de cambio. Siguiendo con nuestro ejemplo, lo ideal sería “aguantar” o no contar ante el miedo; y si no se es capaz, una buena idea podría ser tardar más tiempo en contar o incluso cambiar el ritual del TOC (realizar una compulsión absurda).

Fig. 1. Gráfica del TOC desde un modelo cognitivo-conductual

Hasta aquí una explicación “sencilla” respecto a qué hacer ante el TOC. Dependiendo de la fenomenología del trastorno (de sus características), es posible que haya que realizar otro tipo de intervenciones terapéuticas (p.e. exposiciones en imaginación ante el miedo). Pero esto ya es otra cuestión que se ha de valorar en consulta de un profesional especialista en Psicología clínica.

En definitiva, evitar comprobar esa puerta, evitar tocar esa maneta para cerciorarse de que se ha cerrado el grifo y que no se va a provocar una “inundación”, evita acudir insistentemente a una consulta médica para comprobar que no se tiene tal o cual enfermedad… esa es la salida. De lo contrario, de realizar constantemente comprobaciones o rituales, aunque se consiga alivio a corto plazo, se caerá permanentemente en la trampa del TOC…

Sal de tu zona de confort

A veces (solo a veces), la tristeza y sobre todo la angustia tienen que ver con el miedo a dar pasos o a afrontar desafíos personales, sea en el ámbito que sea, esto es, en lo profesional, en lo económico, en lo socio-ocupacional (por ejemplo el miedo a explorar nuevas relaciones, nuevas actividades…) e incluso en la pareja. Me gusta mucho este vídeo y por eso lo comparto aquí…

¿Qué puedo hacer si estoy triste o me siento angustiado/a?

No soy muy dado a recomendar la lectura de libros de autoayuda. Sin embargo, últimamente estoy revisando algunos de ellos y en esta ocasión voy a sugerir una serie de consejos extraídos del libro “El arte de no amargarse la vida” del psicólogo Rafael Santandreu. He de decir que me parece un buen libro. El autor plantea diversas cuestiones relacionadas con los pensamientos irracionales que subyacen a la tristeza, y entre otras cosas, sugiere algunas pautas o herramientas para afrontar la tristeza cuando ésta se convierte en un problema persistente, a saber. Explica, a mi parecer con mucho acierto, que cuando tenemos un problema es importante aprender a valorar la gravedad de tal problema porque de ello dependerá nuestra capacidad de respuesta o de afrontamiento ante el mismo. Parece comprensible, ¿no?

Veamos. Imaginemos que mi pareja decide romper nuestra relación y yo me siento solo o sola. O imaginemos que de pronto me diagnostican una enfermedad cardíaca que me obliga a tener que dejar mi trabajo o a no poder realizar ese deporte que forma parte de mi vida. ¿Estaríamos ante un problema grave? ¿Tal vez muy grave? ¿O se trataría por el contrario de un problema menor? Pensemos en cualquier otra adversidad. Yo siempre he dicho que al que le duele una uña, le duele una uña, y eso es importante, porque el sufrimiento es subjetivo. Ahora bien, si no pudiésemos “medir” lo que nos pasa, las urgencias de los hospitales, por ejemplo, estarían colapsadas de pacientes que acuden por todo tipo de dolencias, y resultaría casi imposible atender a aquellos con patologías realmente graves y que requieren una respuesta inmediata (una apendicitis, un accidente de tráfico, un infarto, etc.). El enfoque comparativo, es decir, poder comparar nuestra situación con la de otros, es de utilidad porque nos ayuda a valorar de manera más objetiva lo que nos angustia. Así, saber si lo que nos pasa es más o menos grave nos ayudará a medir lo que hacemos, a mantener mejor la calma, a manejar mejor la angustia y a tomar mejores decisiones…

Bien, veamos esta estrategia de manera más práctica. Cuando estoy triste, ¿cómo sé si lo que me pasa es insignificante, leve, moderadamente grave, grave o muy grave? Te propongo un ejercicio terapéutico basado en la visualización y que recomiendo cuando alguien pueda perderse en su tristeza y no encuentre solución a lo que le acontece. Y el ejercicio consiste en lo siguiente: “cierra los ojos. Vas a tener que utilizar tu imaginación. Ahora, imagina que has nacido en un país pobre, en el que no tienes acceso fácil a agua potable ni a vacunas; tienes tres hijos y apenas puedes hacer frente a sus necesidades básicas. Para mejorar tu situación personal y familiar, decides un día cruzar el estrecho (arriesgando tu vida con ello)… siéntelo. Si te cuesta trabajo ponerte en situación, prueba a sentirte por un momento víctima de una guerra tan terrible como debe serlo la actual guerra en Ucrania… Permítete tomar contacto con tus emociones ahora, con el miedo, con la amenaza y la angustia, con la inseguridad, con la tristeza, con la desesperanza… o con cualquier otra emoción que puedas sentir en este momento… Y ahora piensa: ¿cómo es mi problema?

Circularidad o sobre el porqué del conflicto permanente en la pareja

Hola lector/a. En este post vamos a reflexionar sobre el porqué del conflicto permanente en la pareja (aunque no necesariamente tiene que ser en una relación amorosa, puede ser también en la relación entre un padre o madre y un hijo o hija o incluso entre dos amigos, si bien es cierto que en este último caso la salida es fácil porque no suele existir una relación afectiva ni de dependencia propia de las relaciones amorosas…).

Vayamos al caso. Pongamos por ejemplo la relación de pareja entre Javier y Paqui (en este caso una relación tradicional, pero igualmente válido para cualquier otra relación). Javier, los fines de semana suele llegar tarde a casa y, en ocasiones, bebe; Paqui, por su parte, se encuentra deprimida y tiende a pasar mucho tiempo en la cama. Ésta suele ser la escena habitual en mi consulta: cuando le pregunto a Javier por su hábito con la bebida tiende a explicarme que se siente solo, responsabilizado por la carga familiar de la casa, y que cuando llega después de una larga jornada de trabajo su mujer “no está de ánimos” (no como a él le gustaría, claro está); y por otro lado, cuando le pregunto a Paqui por su malestar, tiende a explicarme que su marido es egoísta, que piensa poco en ella y que además tiene un problema con el alcohol (y no le falta razón). Bien, el caso es que llevan en esta situación dos, tres, cinco o diez años, o tantos como sigan buscando “la culpa” del problema en el otro. Y así, se eterniza el sufrimiento entre ambos.

Lo que sucede en la relación entre Javier y Paqui tiene que ver con lo que llamamos circularidad en terapia sistémica, que quiere decir que el estado de ánimo o la conducta de una persona influye en el estado de ánimo o la conducta de la otra, de manera que si A influye en B, para que cambien las cosas A no puede depositar la responsabilidad del cambio en B, ni viceversa. En nuestro caso, si seguimos así, probablemente Javier continuará con su hábito enólico y con sus salidas nocturnas y Paqui seguirá triste y deprimida.

¿Qué hacemos entonces? En la mayoría de los casos creo que la solución pasa por responsabilizarse cada uno de su dolor, de su sufrimiento y de sus errores. Creo que lo contrario hará difícil encontrar una solución efectiva al problema. En nuestro caso, ¿se ha preguntado Javier por qué su mujer “no está de ánimos”? ¿Ha valorado en algún momento buscar solución a su problema con el alcohol? ¿No ha pensado que quizás sería recomendable pasar más tiempo en casa? Yendo más allá, ¿por qué está con Paqui? Y en el caso de Paqui, ¿acaso no existe otra alternativa distinta a encamarse? ¿Por qué no pone un límite ante esta situación? ¿Por qué mantiene su relación con Javier? Los problemas no tienen siempre una solución fácil, eso es más que evidente. Tanto es así que algunas personas no consiguen cambiar nunca el rumbo que siguen sus vidas a pesar de soportar un intenso malestar. Por eso, a veces hay que cambiar la dirección, el foco, para intentar encontrar así una solución distinta a lo que nos sucede. Para eso, precisamente para eso, está la psicoterapia…

Dependencias emocionales y relaciones traumáticas: la regla del “contacto 0”

Hola. En este post vamos a hablar sobre una posible solución ante las llamadas “relaciones tóxicas”, aunque yo personalmente prefiero hablar de relaciones muy difíciles o altamente complejas. Y digo complejas porque las relaciones, en sí mismas, no son ni buenísimas, ni malísimas o  tóxicas, sino que somos las personas las que tenemos más o menos dificultad para conducirnos en el devenir de las relaciones, dependiendo de muchos factores, entre los que podríamos mencionar, por ejemplo, nuestra psicobiografía, las relaciones en nuestra familia de origen, nuestra experiencia previa con exparejas, nuestros miedos, nuestras dependencias o necesidades (afectiva, económica…), todo lo cual influye de una u otra forma en cómo resolvemos una relación en la que pesa más el sufrimiento que el bienestar, el conflicto frente a la armonía, el dolor frente al sosiego…

Es evidente que hay personas inmersas en relaciones tremendamente complicadas o incluso “imposibles”, en las que el maltrato en cualquiera de sus formas es la tónica habitual en la relación. Este sería el caso más evidente, pero no el único. Aquí también tienen cabida las relaciones que se sustentan sobre una dependencia extrema, apareciendo así un desequilibrio no siempre fácil de resolver y que conduce al sufrimiento y al dolor de una manera constante.

En cualquiera de los casos anteriores puede que la “regla del contacto 0” sea la única solución al problema. ¿Qué es el contacto 0? El propio término lo describe, consiste en la evitación de cualquier tipo de contacto con la otra persona implicada en la relación. Es decir, se trataría de poner un límite para no establecer ningún tipo de contacto o comunicación, esto es, no hacer ni contestar llamadas, mensajes de WhatsApp, no buscar o indagar a través de redes sociales, pedir en el círculo social cercano que no  te hablen de esa persona o incluso no frecuentar determinados lugares en común… Esta estrategia se utiliza así para “desengancharse” de la otra persona,  para cortar el vínculo afectivo con una persona cuyo contacto es sinónimo de dolor, sufrimiento o agonía.

Llegado a este punto creo que si se decide optar por el contacto 0 hay una cuestión importante que tiene que ver con el cómo. Y es que me parece recomendable explicar a la otra persona que en la relación hay daño, y que para evitarlo se ha decidido que en adelante no va a haber ningún tipo de contacto o comunicación con el otro o con la otra. Así, la otra persona estará en mejor disposición para entender lo que suceda en lo sucesivo y para ajustarse a una nueva etapa.  

¿Qué suele pasar después de aplicar el contacto 0? Lo normal es que  suceda algo similar a lo que aparece en cualquier tipo de dependencia. Yo describiría 3 fases principales:

  • Una primera etapa en el que aparece la calma, la seguridad y la tranquilidad, ya que se ha decidido tomar distancia o alejarse de alguien que provoca dolor.
  • Una segunda etapa de abstinencia, en la que puede aparecer la duda o incluso el deseo de retomar el contacto con esa persona. Esto es normal porque de alguna manera existe un vínculo afectivo, que es, entre otras cosas, una necesidad en nuestra especie (necesitamos sentirnos confirmados, tener un yo, una identidad personal, un sentido de pertenencia, etc.). Hay otras cuestiones como los recuerdos del pasado, las relaciones con terceros… que pueden activar nuevamente el impulso por recuperar una relación que se desea terminar.
  • Y una última etapa en la que tras haber transitado por el dolor y por la reflexión, o bien se llega al convencimiento de que definitivamente hay que cortar la relación, o por el contrario se decide dar una “segunda oportunidad”. En tal caso habrá que sopesar y no minimizar ni negar las consecuencias de tal relación…

¿Qué hacer para superar una adicción? Lo primero, hablar…

¿Qué es una adicción? Adicto procede del latín addictus, que significa originariamente “dedicado a” o “entregado a algo”. Vayamos pensando en su concepción, esto es, “dedicado a” o entregado a” la droga (del tipo que sea), al juego, o la comida, a una persona, a las redes sociales, al sexo, a los llamados “tranquilizantes”… El término latino addictus también hacía alusión en tiempos antiguos a un tipo de esclavo, significado que dicho sea de paso cobra mucho sentido porque se es esclavo de algo o de alguien, ¿no es así?

Otra cuestión. Adicto se compone del sufijo “a”, que indica negación, y del vocablo “dicto”, que significa “dicho”. En este sentido, tal y como me explicaba una magnífica terapeuta con la que me formé durante mi etapa como psicólogo clínico en un hospital, adicción significa desde el punto de vista psicoanalítico “lo no dicho” o “lo no hablado”. Así, no es de extrañar que las adicciones no suelen ser reconocidas por el propio sujeto ni habitualmente reveladas a la familia hasta que la persona que lo sufre no experimenta un nivel de sufrimiento tal que este empieza a resultar insoportable por su impacto en la pareja, en la economía familiar, en lo laboral, en lo académico en el caso de los menores, etc. Así pues, llegado a este punto, hagamos la siguiente pregunta: ¿qué pasaría si yo, con una adicción, hubiese sido capaz de hablar antes sobre lo que me pasa? Siempre es difícil, no cabe duda, hay que ser muy valiente para hacerlo. Sin embargo, estoy convencido de que si algunas personas hubiesen dado este paso probablemente no se habrían arruinado, o lo habrían hecho en menor medida; tal vez no habrían echado por tierra su relación de pareja o quizás podrían haber evitado otras consecuencias derivadas de la adicción. Recuerdo el caso de un hombre que mantenía en secreto su adicción al juego y en el que cuanto más tiempo pasaba mayor era su deuda… hasta que explotó.

En esencia, no comunicar lo que nos pasa o lo que sentimos ya es en sí una forma de comunicar, eso sí, patológica, porque en la comunicación humana existe un axioma (o principio) que dice que “es imposible no comunicar”. Así, si estoy triste, se me ve en la cara o al menos será muy difícil disimularlo; y si estoy angustiado se verá reflejado en mi conducta sencillamente porque es muy difícil vivir “como si no pasase nada”. Si nos vamos a ejemplos concretos, no es de extrañar que cuando no funciona una relación de pareja, por ejemplo, exista un mayor riesgo de que aparezca una adicción al juego, al alcohol, al móvil… Lo mismo puede suceder cuando la comunicación no fluye en el seno de una familia (en estos casos es habitual que los chavales suelan refugiarse en las redes sociales, en relaciones patológicas con la comida en forma de trastornos de la conducta alimentaria, etc.). Por todo ello, si te sientes atrapado o atrapada en la relación con una sustancia o en una adicción no biológica (comida, redes sociales, juego, relaciones sexuales, etc.), habla, comunica, di lo que te pasa y afronta este desafío. Lo más difícil ya está hecho…

¿Amar, o depender? Si tienes dificultades en tu relación de pareja, echa un vistazo a esta entrada…

El título de este post es el de un libro escrito por Walter Riso, psicólogo clínico y psicoterapeuta y cuya lectura recomiendo si lo estás pasando mal por como te sientes en tu actual relación de pareja.

El amor en la pareja debe ser en el balance global de la relación una experiencia sana y saludable, en la que primen más los encuentros que los desencuentros, más la alegría que la tristeza, una experiencia basada en la sintonía, la confianza mutua, y la complicidad. Eso no quiere decir que el amor no lleve de la mano experiencias o momentos de dolor. Esta es una experiencia inexorablemente unida al amor. Pero a diferencia de lo que sucede en la dependencia afectiva (o adicción), ese dolor se afronta, se acepta y se supera, alejando de la relación los fantasmas del resentimiento, la culpa, la deuda continua y el sometimiento. Si estas palabras resuenan con intensidad en tu conciencia, tal vez necesites ayuda a través de un proceso psicoterapéutico.

Por eso, dejo por aquí algunos ejemplos que pueden ayudarte a identificar si mantienes una relación afectiva sana, o si por el contrario tu relación se basa en la dependencia y por ende en el sufrimiento:

  • Tienes la sensación de estar con una persona que no te hace feliz, y aunque pesan más los “contras” y las desavenencias, no te sientes con calma para decidir sobre aquello que crees que necesitas o que es mejor para ti…
  • Tu relación se mueve en el eje “dominancia-sumisión”, sin intercambios igualitarios y con la percepción de que existe un desequilibrio constante en tu relación de pareja.
  • Si mantienes una relación por miedo a la soledad. Si necesitas escuchar constantemente “te quiero”, “te echo de menos”, “sin ti mi vida no tiene sentido…” y un largo etcétera de cargas afectivas que se ponen sobre la otra persona y que terminan por desequilibrar la relación, instalándose constantemente en la angustia y la amargura.
  • O como escuchaba de un paciente en sesión, “he conocido a una chica pero no me da lo que necesito…” Las relaciones de pareja sanas no se pueden basar en la satisfacción de necesidades personales sino en un encuentro en el que cada uno se hace cargo de su historia, de sus debilidades y de sus necesidades, encontrando en el otro un apoyo con el que recorrer un camino juntos, mejor y en sintonía con el destino que nos depara la vida, aceptando lo que es y lo que no puede ser (a pesar del dolor), lo que se nos da y lo que se nos niega…
  • Si experimentas una sensación de tristeza y vacío en tu relación que no puedes resolver y que tal vez afrontas a través de la ingesta descontrolada de alimentos (ingesta emocional), del consumo de alcohol, drogas u otras conductas adictivas, conductas que se convierten en mecanismos patológicos para perpetuar el sufrimiento y la dependencia. Mantienes así el barco a flote, hasta que se hunda por el propio peso del dolor.

Todo lo anterior son indicios “sutiles” de la dependencia. El problema es mucho más claro más cuando aparecen situaciones como la agresión verbal (ni que decir del maltrato físico), la humillación, el desprecio, la coacción o la limitación de libertades… En estos casos en mi experiencia suelo ver gente en consulta con un intenso sentimiento de culpa, con ideas constantes sobre el sentido de la vida, con planteamientos respecto a si sería mejor no vivir o incluso quien se plantea el suicidio como solución activa a su malestar. En cualquiera de estas situaciones recomendaría reflexionar sobre la posibilidad y la conveniencia de solicitar ayuda psicológica especializada…